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Mostrando las entradas con la etiqueta Sadomaso

No me Ames, Domíname - Final.

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  Los primeros tres días en el departamento de José Manuel habían sido una prueba constante, un ritual de dolor y sumisión que Isabella había aceptado con una entrega que a ella misma la sorprendía. Dormía en el suelo, envuelta en una manta áspera que apenas aliviaba el frío de la madera contra su piel desnuda. Cada mañana comenzaba con el sonido de sus pasos acercándose, con la vara que silbaba en el aire antes de estrellarse contra sus nalgas diez veces exactas, dejando marcas rojas que ardían durante horas. Luego, mientras él desayunaba, ella limpiaba el departamento, sintiendo cómo el dolor se mezclaba con una extraña satisfacción, como si cada azote, cada orden cumplida, la acercara más a su verdadero propósito.  Pero en la tarde de ese tercer día, todo cambió.  —Ponte esto —ordenó José Manuel, arrojándole un atuendo que Isabella no había visto antes.  Ella lo miró, sorprendida. Durante esos tres días, su desnudez había sido su único uniforme, su piel marcada la...

No me Ames, Domíname - Parte 5

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  El primer rayo de sol que se filtró por las cortinas del departamento de José Manuel cayó sobre el cuerpo desnudo y adormecido de Isabella, acurrucada en el suelo como un animal doméstico. La manta áspera que la cubría apenas mitigaba el frío de la madera contra su piel marcada, pero había algo casi reconfortante en esa incomodidad, en saber que incluso en su sueño había obedecido al quedarse allí en lugar de arrastrarse al sofá o a la cama. Sus labios entreabiertos dejaban escapar suaves respiraciones, sus pestañas rubias temblaban levemente con algún sueño que se desvanecía al ritmo de la luz matutina.  Fue el contacto repentino lo que la sacó bruscamente de ese letargo—la punta de un pie descalzo empujándola con suficiente fuerza para sobresaltarla, pero no para lastimarla. Isabella despertó con un jadeo, sus ojos marrones abriéndose desmesuradamente mientras su cuerpo se tensaba en una reacción instintiva de defensa.  —¿Cuánto piensas dormir, putita? —La voz de José...

No me Ames, Domíname - Parte 4

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  La luz del amanecer se filtraba entre las cortinas del dormitorio de Isabella, pintando rayas doradas sobre su cuerpo dolorido. Con un gemido apenas audible, se estiró bajo las sábanas, sintiendo cada músculo protestar, cada marca en su piel recordándole la noche anterior. Las sábanas rozaban sus nalgas aún sensibles, enviando pequeñas descargas de dolor que la hacían contener la respiración. No era un dolor desagradable, sino una presencia constante, una marca física de lo que había vivido.  Se levantó con movimientos lentos, como si temiera que su cuerpo se desarmara, y se acercó al espejo de cuerpo entero que colgaba en la puerta de su armario. Lo que vio la dejó paralizada.  Su piel, normalmente impecable y suave como porcelana, estaba marcada con moretones en forma de dedos en las caderas, líneas rojas apenas desvanecidas en sus nalgas, y lo más sorprendente: en el interior de sus muslos, cerca de su sexo aún hinchado, una marca de mordida perfecta que formaba casi...

No me Ames, Domíname - Parte 3

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  El aire en el departamento de José Manuel estaba cargado con el olor a tabaco, whisky y ahora, el aroma dulzón del sexo y el sudor que emanaba del cuerpo de Isabella. Las marcas del cinturón aún ardían en sus nalgas, un recordatorio constante de lo que acababa de suceder, de lo que había descubierto sobre sí misma. Mientras permanecía de pie frente a él, con las manos temblorosas y la respiración aún agitada, José Manuel la observó con esa mirada calculadora que parecía perforar hasta su alma.  —Desvístete —ordenó, su voz grave y sin lugar a discusión.  Isabella sintió un escalofrío recorrer su columna. No era una petición, era una prueba. Una parte de ella quería rebelarse, quería negarse y recuperar aunque fuera un ápice de control, pero algo más profundo, más oscuro, la impulsó a obedecer. Con movimientos lentos, casi teatrales en su sensualidad, llevó sus dedos a la espalda y deslizó el cierre del vestido rojo, dejando que la tela resbalara por su cuerpo hasta amont...

No me Ames, Domíname - Parte 2

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  Los dos días que siguieron a aquella noche en el estacionamiento habían sido una tormenta de emociones contradictorias para Isabella. Caminaba por los pasillos de la universidad con los puños apretados, los labios aún sensibles por el recuerdo de la mordida de José Manuel, y una rabia que no lograba sacudirse. Sus compañeros, acostumbrados a verla sonriente y coqueta, notaban el cambio: la mirada distante, las respuestas cortantes, la forma en que sus dedos tamborileaban contra el celular como si estuviera a punto de arrojarlo contra la pared.  Ese día había elegido un atuendo sencillo, casi como un acto de rebeldía contra sí misma. Jeans ajustados que acentuaban sus caderas, una blusa blanca semitransparente que dejaba entrever el contorno de su sostén negro, y sus tacones favoritos, esos que hacían eco en los pasillos y atraían miradas. Pero hoy, ni siquiera eso la hacía sentir en control.  Sentada en el último banco del aula, mientras el profesor hablaba de teorías q...

No me Ames, Domíname - Parte 1

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  El agua tibia resbalaba por su piel como seda líquida, escurriéndose en gotas que brillaban bajo la luz tenue del baño. Isabella cerró los ojos, dejando que el vapor la envolviera un instante más antes de apagar el grifo. Con movimientos lentos, apartó los mechones rubios que se pegaban a su rostro, revelando esos ojos grandes, marrón oscuro, que parecían guardar secretos bajo sus pestañas húmedas. Su cuerpo, delgado y esculpido con disciplina en el gimnasio, brillaba bajo el reflejo del espejo empañado. Pechos pequeños pero firmes, cintura estrecha y unas nalgas redondas, voluptuosas, que contrastaban con su figura menuda.  Se secó con una toalla suave, acariciando cada curva como si admirara su propia obra de arte. "Demasiado hermosa para un solo hombre", pensó, mordiendo ligeramente su labio inferior mientras una sonrisa juguetona asomaba. Su piel clara, casi perlada, olía a vainilla y jazmín, una mezcla dulce que dejaba un rastro embriagador.  El armario se abrió an...