La amante de Rex - Capitulo 2 - La Entrega Total
El Punto Sin Retorno
Su lengua era áspera, mucho más que cualquier otra que hubiera sentido antes. Cada movimiento era preciso, casi calculado, como si Rex supiera exactamente dónde debía presionar, dónde debía lamer para hacerme gemir. Mis manos se aferraron a las sábanas, los nudillos blanqueando bajo la presión. No podía creer lo que estaba pasando, pero mi cuerpo, traicionero, respondía con una intensidad que me avergonzaba y excitaba al mismo tiempo.
—Dios… —susurré, arqueando la espalda cuando su hocico empujó más entre mis piernas.
El alcohol aún nublaba mi mente, pero ya no era solo eso. Era el calor que se acumulaba en mi vientre, las gotas de sudor que resbalaban por mis pechos, la humedad entre mis muslos que él lamía con devoción.
Dejé escapar un gemido ahogado, mordiendo mi labio inferior para no gritar. ¿Qué estoy haciendo? La pregunta flotó en mi cabeza por un segundo antes de que otra lengüetada más insistente la borrara por completo.
La Revelación
Fue entonces cuando lo vi.
Rex se apartó por un momento, jadeando, y en ese instante, mi mirada cayó sobre su entrepierna.
¡Dios mío!
Su miembro, rosado y grueso, estaba completamente expuesto, erecto en una forma que nunca había visto en un perro. No era solo el tamaño—aunque eso por sí solo me dejó sin aliento—, sino la manera en que palpitaba, como si estuviera vivo, como si me estuviera midiendo.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—No… —murmuré, pero mi voz sonó débil, sin convicción.
Él se acercó de nuevo, esta vez rozando su nariz húmeda contra mi muslo interno, como si supiera que ya lo había visto. Como si estuviera esperando mi decisión.
La Decisión
No sé qué pasó por mi mente en ese momento. Tal vez fue el alcohol, tal vez la calentura acumulada de la noche, o quizás simplemente la curiosidad morbosa de saber cómo se sentiría.
Pero en lugar de empujarlo, en lugar de correr o gritar, me di la vuelta lentamente, apoyándome en mis manos y rodillas, presentándome ante él como lo haría una hembra en celo.
Rex no necesitó más invitación.
La Penetración
Sentí su peso primero. Sus patas delanteras se apoyaron a cada lado de mis caderas, su pelaje áspero rozando mi piel desnuda. Luego, el calor.
Dios, qué calor.
Su miembro, ahora que estaba tan cerca, era aún más intimidante de lo que había imaginado. Grueso en la base, con una punta redondeada que goteaba un líquido transparente. Antes de que pudiera reaccionar, lo sentí presionar contra mi entrada, buscando, probando.
—Espera… —jadeé, pero ya era demasiado tarde.
Con un empuje firme, Rex entró.
El dolor fue instantáneo, un estiramiento como nunca antes había sentido. Mis uñas se clavaron en las sábanas, un grito ahogado escapando de mis labios. Pero justo cuando pensé que no podría soportarlo, algo cambió.
El dolor se mezcló con algo más, algo profundo y primitivo que hizo que mi cuerpo se relajara, que mis músculos se ajustaran a su forma.
—¡Ah! —gemí, sintiendo cómo cada centímetro de él llenaba espacios que no sabía que existían.
El Ritmo
Rex no esperó. No había caricias preliminares, ni palabras dulces, solo el instinto puro guiando sus movimientos.
Y qué movimientos.
Cada embestida era más fuerte que la anterior, cada retroceso hacía que mi cuerpo lo jalara de vuelta, como si no quisiera dejarlo ir. El sonido de su respiración agitada, de mis gemidos entrecortados, de la piel golpeando contra piel, llenó la habitación.
Mis pensamientos eran un torbellino.
Esto está mal.
Nadie puede saberlo.
Dios, qué bueno que se siente.
El Clímax
No supe cuándo exactamente el dolor se convirtió en placer. Solo sé que en algún momento, mis gemidos ya no eran de incomodidad, sino de necesidad.
—Más… —susurré, sin importarme lo ridícula que sonaba.
Rex respondió como solo un animal puede hacerlo: con intensidad redoblada.
Fue entonces cuando lo sentí. Un cambio en su ritmo, una rigidez en sus patas que me advirtió lo que venía.
Y cuando llegó, cuando su cuerpo se tensó y ese calor indescriptible llenó mi interior, yo también caí, ahogando un grito contra la almohada mientras mi propio orgasmo me sacudía con una fuerza que me dejó temblando.
El Después
Rex se apartó lentamente, lamiendo su hocico como si acabara de disfrutar de un banquete. Yo me dejé caer sobre el colchón, jadeando, las piernas todavía temblorosas.
Mi mente trataba de procesar lo que acababa de pasar.
¿En qué me he convertido?
Pero cuando Rex se acurrucó a mi lado, su cuerpo cálido presionado contra el mío, la única respuesta que encontré fue acariciar su cabeza suavemente, sintiendo cómo ronroneaba de satisfacción.
Y supe, en ese momento, que esto no sería la última vez.
Continuara...

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