La amante de Rex - Capitulo 3 - Fin

 

 

El amanecer se filtraba tímidamente por las persianas mal ajustadas de mi humilde departamento cuando los primeros rayos de luz acariciaron mi piel desnuda, revelando las marcas de una noche que jamás podría confesar a nadie. Rex yacía a mi lado, su poderoso torso dorado elevándose y descendiendo con una calma que contrastaba brutalmente con el torbellino de emociones que sacudía mi pecho. Su aliento cálido rozaba mi hombro desnudo, y el simple contacto hacía que un escalofrío de vergüenza y excitación recorriera mi columna vertebral.


Había cruzado un umbral del que no había retorno.


La Culpa y el Deseo

Los primeros días después de aquella noche inicial fueron un infierno de contradicciones. Me despertaba sobresaltada en medio de la noche, con las sábanas empapadas de sudor y mis dedos enterrados entre mis piernas, soñando con aquella lengua áspera y aquellos empellones animales que me habían hecho gritar como nunca antes. Durante el día, evitaba mirar a Rex directamente, fingiendo normalidad cuando el dueño venía a recogerlo por las mañanas. Pero las noches en que quedábamos solos...


Dios mío, las noches.


Cada encuentro era más intenso que el anterior. Rex había aprendido rápidamente qué movimientos me hacían gemir, qué ángulos provocaban que mis uñas se clavaran en su pelaje. Y yo... yo había descubierto en lo más profundo de mi ser un hambre bestial que ningún amante humano había logrado saciar.


El Ritual

Comenzó como un juego peligroso. Los días en que sabía que el dueño trabajaría toda la noche, me preparaba como si fuera una cita. Me bañaba con esmero, eligiendo lociones de vainilla que sabía que a Rex le gustaba lamer. A veces me dejaba un botón extra desabrochado en el blusón, sabiendo que sus ojos caninos seguirían el movimiento de mis pechos al agacharme para llenar su plato de agua.


La primera vez que me masturbé frente a él antes de permitirle acercarse, descubrí que podía controlar el ritmo de nuestros encuentros. Rex se sentaba obedientemente, sus orejas erguidas y su cola golpeando el suelo con impaciencia, mientras yo me tocaba lentamente, dejando que el espectáculo lo enloqueciera hasta que no pudiera contenerse más.


La Entrega Total

La quinta noche fue diferente. Esa vez no hubo preámbulos, ni juegos. Rex entró a mi habitación con una determinación que me dejó sin aliento. Antes de que pudiera reaccionar, sus poderosas patas delanteras me empujaron contra el colchón, su hocico húmedo enterrándose entre mis piernas con una urgencia que nunca antes había mostrado.


No. Esta vez no sería sumisa.


Con un movimiento rápido que sorprendió incluso a mi propio cerebro borracho de lujuria, me giré y lo empujé contra la cama, montándolo con una ferocidad que le arrancó un gruñido sorprendido.


—Mi turno —susurré, clavando mis uñas en su pelaje dorado mientras comenzaba a mover mis caderas en círculos lentos, frotando mi sexo hinchado contra su enorme miembro sin llegar a penetrarme.


Rex respiraba con dificultad bajo mí, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de sorpresa y excitación. Por primera vez, yo tenía el control.


Pero la bestia dentro de mí quería más.


El Éxtasis Animal

Cuando finalmente lo guié dentro de mí, fue como si el tiempo se detuviera. Su grueso miembro me abrió con una facilidad que habría sido imposible semanas atrás, mi cuerpo ahora perfectamente adaptado a su forma.


—¡Ah, Rex! —grité, arqueándome hacia atrás cuando comenzó a empujar desde abajo, sus poderosas caderas caninas encontrando un ritmo que hacía temblar el marco de la cama.


No había vergüenza ya. No había culpa. Solo el puro, crudo placer de sentirnos como lo que éramos: dos criaturas dominadas por el instinto más básico de la naturaleza.


Mis orgasmos se sucedían uno tras otro, cada más intenso que el anterior, hasta que perdí la cuenta. Rex no mostraba signos de cansancio, su resistencia sobrenatural convirtiendo nuestra unión en un maratón de sensaciones que me llevaron al borde del delirio.


El Amanecer de una Nueva Vida

Cuando por fin nos separamos, el alba comenzaba a teñir el cielo de tonos rosados. Rex se acomodó a mi lado, lamiendo distraídamente mi hombro mientras yo jadeaba, completamente exhausta pero más satisfecha que nunca en mi vida.


En ese momento lo supe con una certeza que me heló la sangre y me incendió las entrañas al mismo tiempo:


Ya no era su cuidadora.

Ya no era la universitaria tímida que había llegado a este apartamento.

Me había convertido en algo más, en algo prohibido y glorioso.


Era su compañera.

Su hembra.

Su puta.


Y no quería que terminara nunca.


Fin.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

La Última Vez que Dijo No - Parte 2

La amante de Rex - Capitulo 1 - El Encuentro

La Última Vez que Dijo No - Parte 1